sábado, agosto 07, 2004

Rituales y Mitologías 3

La fiesta del silencio

Viejas casas construidas a lo largo del cauce de un antiguo río ahora seco. Cañada larga y profunda, en trechos el camino se hunde bajo tierra. De glorioso pasado de riqueza, hoy ciudad fantasma. Un día al año las personas de todos los horizontes del país enfilan su camino hacia ella. De una mañana a otra la ciudad se transforma, de ser la urbe olvidada se convierte en el gran centro de atracción. Ese gran día se puede ver gente jubilosa que ríe y corre por las calles, que se embriaga sin que importe lo demás, es un día de fiesta donde se permiten los excesos: hay música y la gente baila toda la noche, el frío no importa el calor de tanta gente hace que se olvide. Es la gran fiesta, la que todos esperan pacientemente año con año. Los que asisten se enfrentan a serios problemas para llegar, los caminos se atestan de peregrinos, y no hay lugar donde alojarse, aunque dicen, es lo de menos. Un día de total abandono, de conocer gente para después olvidarla. Concluido el festejo se ven las largas filas de aquellos que abandonan la ciudad. La peregrinación va de retorno. Es extraño ver personas en la calle al día siguiente de la fiesta. Es entonces cuando comienza la verdadera celebración, la fiesta del silencio. Las calles y los túneles se pueden caminar en una total soledad, se escucha nítidamente el viento al seguir la forma de los objetos, los pasos retumban en la rocas, y entonces, finalmente uno puede escuchar lo que su alma le dice.

Rituales y Mitologías 2

Ritos del desierto

Escuché el sonido de la puerta al cerrarse a mis espaldas. Frente a mí la oscuridad. No sé por cuánto tiempo permanecí inmóvil hasta que mis pupilas, acostumbradas ya a la falta de luz, distinguieron una silueta pasos delante de mí. Avancé con miedo. La silueta fue adquiriendo forma hasta que pude reconocerla: era una mesa. Puse mis manos encima y comencé a recorrerla. Al centro de la mesa un libro abierto. Posé mis manos en las hojas. Apareció entonces una luz, nunca supe donde se originaba, y pude observar el sitio: una habitación no muy grande, desnuda, sin otros objetos excepto la mesa y el libro. Frente a mí y en el extremo opuesto por el que había entrado: otra puerta. Bajé la vista. Como si hacer esto fuera una señal esperada los muros se derrumbaron; el viento comenzó a silbar mientras mínimos cristales arenosos raspaban mi rostro. Los muros derribados me permitieron observar que me encontraba a mitad de un paraje solitario. Desértico; la soledad se colaba hasta lo más hondo del alma. Nada, excepto un mar de dunas, se podía distinguir a la distancia. El cielo negrísimo sin estrellas. Miré el libro: en el papel extraños signos. Creí escuchar un cántico en la lejanía, una salmodia proveniente del mar de arena, que se aproximaba a mí. Momentos después la visión de una barca me reveló el origen de aquellos lamentos. No se por cuanto tiempo quedé paralizado; recuerdo que volví a mirar hacia el frente buscando la puerta y en lugar de ella encontré la entrada a una caverna. Miré nuevamente el libro, ahora una lápida grabada con extraños signos. La embarcación se aproximaba; el viento comenzó a soplar con mayor intensidad. Aquella visión se iba acercando. No podía moverme. No podía huir. El cántico se convirtió en un conjunto de aullidos y dolorosos lamentos. Pensé en el infierno. Hice que mis dedos recorrieran la piedra buscando una respuesta que me devolviera la calma; Mi vida dependía de interpretar o no correctamente la desconocida escritura. A los aullidos provenientes de la barca se sumó la voz de la caverna, transformada en una enorme boca, que repetía mi nombre. La embarcación debía tener por remeros almas en pena. El haz de luz comenzó a zigzaguear y se colocó sobre mí. La luz, cortante navaja, atravesó mi cuerpo. Escuché lo que creí eran palabras de una extraña lengua las cuales retumbaron como si fueran dichas dentro de una inmensa bóveda. Cesó todo. La habitación volvía a quedar desnuda. La mesa, el libro abierto y un cuerpo —tibio aún— sobre el piso.

Rituales y Mitologías 1

La voz de la Esfinge

En el desierto se levanta la Esfinge. Aún maltratada por el tiempo no deja de ser impresionante y misteriosa. La Esfinge es el guardián de los umbrales prohibidos; escucha el canto de los planetas; vela al borde de las eternidades. El viajero levanta la vista y la contempla admirado. A partir de su rostro de dios solar la recorre. Observa con la esperanza de que en cualquier momento deje oír su voz, pero sólo percibe el viento del desierto, el murmullo de los que como él han venido al mismo sitio. Avanza hasta la roca y se recarga en ella; le han dicho que la voz sólo se percibe cuando alguien se atreve a enfrentarla. Por largos minutos permanece recargado en ella hasta que la Esfinge le cuestiona. De sus palabras surge la duda. La posibilidad de que Esfinge y viajero sean uno solo en realidad. La duda plantea siempre un nuevo comienzo que de ninguna manera será el último; salva del conformismo, del estancamiento. Los inconformes buscan en el escepticismo su libertad. Sin embargo, no es el enigma lo que los hace libres; en todo caso despierta el pensamiento para que sea la inteligencia la que dé la libertad. Será finalmente el viajero el que decida, por su cuenta y riesgo, si atiende aquella voz que nace de lo hondo y acepta la invitación oculta en el enigma. La Esfinge se presenta al comienzo de un destino que es a la vez misterio y necesidad.

Prolegómenos

1

Pocos conocen mi nombre. Tuve que inventarme uno para escapar de mí mismo; huir de la prisión en que se convierte una identidad. Pensé que había escapado. Ahora que escribo me doy cuenta de la imposibilidad de lo anterior: la escritura es un tatuaje del alma.


2

El que comienza aquí no es un camino trazado; es apenas un principio de tantos posibles, una encrucijada impostergable.


3

El viaje. Ese laberinto al cual nos adentramos. Esa puerta que abrimos o decidimos evadir sin saber por qué. Dentro del laberinto dejarse ir. Perderse en los pasillos invisibles. Ignorar a donde han de conducir los pasos. Viajar a través de los ojos. De la mano y de la letra. Bitácora. Anotaciones inconexas de unos o más viajes. Destino. Nunca uno absoluto. Algunas notas del asombro. Del momento. Recuperación. ¿Existió o no existió lo que vi?. La realidad es evasión. El viaje.